Y como la experiencia es de "suficiente entidad" os dejamos con la crónica íntegra que Antonio Aráez ha querido plasmar y transmitir a todo el que lo quiera leer. Os recomendamos fervientemente su lectura, ya no sólo por el tiempo que nuestro compañero le ha dedicado; si no porque además comprobaréis que lo suyo es "amor" por esto de gastar zapatillas y tener claro que lo importante es sumar kilómetros independientemente del nivel o velocidad de cada uno. ¡Disfrutadla!
Es muy difícil justificar el hacer una maratón como la de
Atenas, sin haber hecho ninguna antes y teniendo otras mucho más cerca. Así que
no lo haré. Simplemente decidimos que íbamos a correr una, y que la primera iba
a ser la que ellos llaman la “Auténtica”.
Hacía más de un año que mi amigo Alfonso y yo nos habíamos
planteado correr la prueba más mítica (y mitificada) de todo corredor amateur.
Queríamos que fuera un viaje especial, así que teníamos varias en la cabeza:
Sevilla, Oporto, Barcelona, Berlín... Mirando el calendario de maratones para
este 2016 se nos cruzó Atenas. Teníamos tiempo para prepararla, y en noviembre
sí se puede correr bien en Grecia. No se habló más, cerramos el trato y esperamos
a la apertura de inscripciones para formalizar nuestro compromiso. En abril ya
estábamos inscritos y teníamos unos relativamente baratos billetes de avión
directo desde Madrid. Pues a entrenar.
Este 2016 estaba siendo un buen año. En febrero entré a
formar parte de estos locos del Jabatos Running Club, un club de amigos hecho a
base de tesón y amor por el deporte. Unos monstruos de esto del correr, no nos
engañemos. Si bien no he mejorado ostensiblemente mis marcas, sí me he
mantenido muy cerca de las mejores en todas las carreras. He corrido más
kilómetros que nunca y he afrontado desafíos interesantes. Empecé con un gran
cross de San Lesmes, donde estuve a punto de batir mi marca en 10k, luego la dura
prueba de la Media Maratón del Camino, terminando en Santo Domingo de Silos y
que me confirmó que sí podía con la propia maratón. Luego llegaron otras, de
distancias variadas, hasta que llegó mi reto del año: La Picón-Castro en
Espinosa de los Monteros. Era una prueba de fuego, si era capaz de recorrer
esos 30k por montaña de forma honrosa, la maratón era pan comido. Lo hice, no
sé si de forma honrosa, pero me dije que aún tenía todo el mes de julio, agosto
y septiembre para entrenar antes del último gran test: la Maratón de Burgos
(pero sólo la media). Lo malo es que en el verano tuve una lesión inoportuna,
luego una operación que esperaba para después de Atenas y un periodo de
recuperación. A la porra el entrenamiento. En septiembre volví poco a poco y me
propuse hacer una media en Burgos digna, si todo iba bien, corría en Atenas. Si
no, pues... de turisteo. La media me fue bien, hice MMP, aunque no la que
quería, pero mantuve un ritmo constante en el que me sentí cómodo. Si esto lo
puedo hacer en Grecia, puedo correr la maratón. Fue entonces cuando me fijé
como objetivo hacer 5 horas, teniendo en cuenta que había hecho la media en
2h16.
El recorrido del pueblo de
Maratón a Atenas no es precisamente ligero. Dicen los expertos (y he leído a
bastantes este año) que es una maratón difícil, con una subida de 18 km, desde
el 12 al 30 que la hace complicada. Olvídate de marcas y récords. No me
importaba nada de eso, precisamente.
Llegué a Atenas el viernes por la noche, tras tres horas y
media de avión. Añade a eso transporte desde el aeropuerto y te encuentras a un
tipo muy cansado. Allí me encontré con mi amigo Alfonso que había venido un par
de días antes con su familia. Cenamos algo rápido y para el hotel. El sábado me
levanté bien, había descansado a gusto y me pegué un desayuno de campeón.
Tocaba ir a la Feria del Corredor, la Expo Maratón, que estaba cerca del puerto
del Pireo. Aquello era una bacanal deportiva en toda regla. Marcas de todo tipo
y color publicitando todo tipo de productos, una marea de corredores muy
internacional. No sé si me gustó la experiencia, pero ahí tenía mi dorsal y mi
camiseta. Vámonos de turismo. Comimos algo (platazo de pasta, como está
mandado) y a ver la Acrópolis. No sé si esa subida con prisas (estaban
cerrando, según nos aseguraban en la entrada) le venía muy bien a nuestras
piernas ya algo cansadas, pero mereció la pena. Atenas es una ciudad que ha
sufrido mucho la crisis, eso lo sabe todo el mundo. Se ven pintadas y graffiti
en todos lados, edificios muy deteriorados sin dinero para ser recuperados.
Gente durmiendo en las calles. Zonas poco iluminadas que no dan mucha
confianza. Mucho taxi y mucho kiosko, negocios creados a partir de la necesidad
de buscarse la vida donde sea. Pero aún así, tiene mucho encanto. No es especialmente
caótica, los medios de transporte funcionan muy bien. Hay bullicio y vida en
las calles, cosa que me encanta. Es una ciudad que se despierta muy pronto y se
acuesta muy tarde. No es perfecta, pero es que la perfección es aburrida.
El domingo nos levantamos a las cinco de la mañana, había que
coger el bus que te llevaba a Maratón a las 6. El problema es que la maratón
empezaba a las 9 (en mi caso a las 9.25 por aquello de los cajones), así que
íbamos a estar casi cuatro horas fuera de casa antes de la carrera. Había que
pensar bien la logística previa: desayuno, qué llevar, qué dejar allí, etc. El
espectáculo allí en Marathon era total, los corredores eran de lo más variado y
enseguida nos animamos. Las dos horas y media pasaron y empezamos a correr, que
para eso habíamos venido.
Los primeros cinco km se hacen muy bien, con la motivación
especial de pasar por la llama olímpica, el sol ya empezaba a calentar y se
veía mucha gente en la carretera. Los ánimos eran constantes por lo que se veía
buen ánimo entre los corredores. Llegamos sin mayores problemas a los 10k, una
vez pasado el primer pueblo Nea Makri. Ahí decidí bajar el ritmo. Hasta
entonces llevaba unos tiempos demasiado parecidos a los de mis carreras de 10k
y así iba a caer sin remisión. Me propuse
trotar un poco, siendo consciente que la subida estaba a punto de llegar. Sin
embargo, hasta el kilómetro 15, coincidiendo con el pueblo de Rafina todo iba
perfecto. Ya empecé a tomar el primer gel, y, sobre todo, unas pastillas de
magnesio y sodio para evitar calambres. En cada avituallamiento bajaba el ritmo
y bebía algo, o comía un poco si era el caso. A partir de los 21k, empezó lo
difícil. Al llegar al cartel donde lo ponía levanté el brazo instintivamente,
como animándome a mi mismo. Era consciente de mis limitaciones y sabía que no
iba a repetir el tiempo hecho hasta ese momento (2h30), así que sabía que iba a
subir de las 5h....y la cabeza empezaba a dar vueltas. Desde el 25 hasta el 30
el sufrimiento fue constante. No era una cuesta que se viera, pero las piernas
se notaban mucho. Algo que me estaba afectando mucho, más psicológicamente que
físicamente, es el haber perdido el resto de pastillas de magnesio. No sé si me
hacían efecto o eran más un placebo, pero el hecho de no tenerlas ya empezaba a
preocuparme. Tomé otro gel, bajé el ritmo hasta prácticamente caminar y al rato
ya llegamos a Agia Paraskevi, donde en teoría empezaba el descenso. En este
avituallamiento me tuve que parar para quitarme una piedra que se me había
metido en la zapatilla. Me senté a buscarla y pensé que no podría levantarme,
sinceramente. Aproveché para ir al baño porque era otra cosa que tenía que
hacer sí o sí. Ahí vi que lo de las 5h era un objetivo para olvidar, así que ya
empezaba a aspirar a las 5h30.
A partir del km 35 ya estábamos totalmente en Atenas. No
quedaba tanta gente en las calles, al fin y al cabo el ganador hacía ya 3 horas
que había llegado y era la hora de comer. Pero los que quedaban animaban muy
bien. Chocaba las manos con todo el que podía, era como una pequeña recarga de
energía que me ayudaba unos pasos más. Recuerdo un momento especialmente
emotivo cuando pasábamos por una calle más estrecha y el público hizo un
pasillo para animar, me emocionó muchísimo. Pero aún quedaban siete.
Hay que decir que llegamos a meta unos 14.500, de los más de
18.000 que había inscritos. En todo el recorrido vi gente que abandonaba con
calambres o vómitos. En el carril de al lado, los autobuses escoba pasaban
continuamente, llenos de corredores que habían tenido que dejar la carrera.
Mentalmente, esto me hacía mucho daño. Pensaba que si había corredores mejor
preparados que yo, y se rompían, a mi me iba a pasar de un momento a otro.
Desde el principio había ido analizando mi cuerpo, ¿cómo va ese tobillo?, ¿eso
que siento en las tibias va a ir peor?, ¿hay flato?, ¿no me dolerá el hombro?...
Respira, respira … Hubo un momento especialmente duro, fue al llegar a un túnel
a falta de unos 6 km. En la orilla del túnel había varios, más de 10,
corredores estirando en el bordillo, dando tregua a esos gemelos ya gastados.
Abajo, unos chavales aporreando sus tambores con toda la fuerza del mundo,
aproveché la inercia que me transmitían mientras iba adelantando corredores. Lo
que vi al subir el túnel me recordó más a una escena de The Walking Dead que a
una maratón, decenas de corredores andando o cojeando, haciendo lo que podían
para superar esta cuesta y afrontar los últimos cinco kilómetros como se
pudiera. Yo no estaba mucho mejor, fui trotando hasta el 38 y ahí decidí tirar
un poco hacia arriba que ya no quedaba nada. Seguí viendo cosas que no había
visto en mi vida: gente descalza o chanclas, con las zapatillas en la mano
porque tenían los dedos con vendajes ensangrentados. Es lo que tiene correr en
el furgón de cola, supongo. Lo dijo la mujer de mi amigo, primero entraron los
maratonianos pro, luego los que estaban en buena forma, después los gorditos,
luego los lisiados y después... nosotros. Sea lo que sea.
Los últimos tres kilómetros se llenaban ya de espectadores.
Discurrían por la avenida Vassilis Sofias para luego entrar en la calle Irodou
Athikou. Ésta ya era la previa a la entrada en el mítico estadio
Panathinkaikos, el que albergó los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna
hacía 120 años. Escuchaba los gritos de ánimo en griego y en inglés que me llevaban
en volandas: “You did it!”, “συγχαρητήρια!”, “Μπράβο!”... y entonces damos un
giro y entramos en el estadio. Ya ni 42 km ni nada, ahí vi gente que esprintaba
para llegar pero yo quería saborear cada metro. Miraba el estadio (más pequeño
de lo que creía), mis compañeros de fatigas y la meta azul. Me emociono como un
niño hasta que me colocan la medalla en el cuello y salgo del estadio con una
sonrisa de oreja a oreja.
Mi tiempo final fueron 5:45, llegué en torno al puesto 12008.
El ganador fue el keniata Luka Rotich Lobuwan con un tiempo de 2:12:49. En
cuanto a las féminas, la ganadora fue la keniata Nancy Arusei, con 2:38:11.
Como curiosidad, diré que hubo 210 españoles corriendo y el primero fue David
Roselló con un tiempo de 2:39:44. También hubo carrera de 5k y de 10k, con
muchísima participación.
Por la tarde, ducha fría y algo de descanso. Luego cena en
condiciones y a dormir, que al día siguiente había que madrugar, ya que a las 8
había que estar en el aeropuerto. Por la ciudad se veían las camisetas color
vino de Adidas y en el aeropuerto veíamos a los diferentes corredores con su
medalla al cuello. Éramos como una gran familia de locos que habíamos
compartido un momento único. ¿Cuándo es el próximo?
¡¡Menura aventura!! He sufrido yo mismo leyéndolo y vivirlo tuvo que ser épico.
ResponderEliminar¡Muchísimas felicidades Antonio! No pudo haber mejor lugar para un debut, que en una maratón tan mítica y tan dura :)